La tumba de San Pedro
De acuerdo a una tradición de 19 siglos, ahí fue sepultado el apóstol Pedro, la roca inconmovible sobre la que Cristo determinó edificar su Iglesia.
Vaticano, nombre que recibe una de las siete colinas de la región, tiene origen etrusco. Según Aulo Gellio, la palabra viene de vaticinis , las profecías inspiradas por la divinidad que presidía la zona rural. De acuerdo a Varrone, Vaticanus , nombre de un dios propicio a escuchar la voz humana, deriva del primer sonido emitido por los recién nacidos.
Muerte y sepultura del apóstol
El año 34 de la Era Cristiana, el emperador Calígula comenzó la construcción de un circo en la colina entonces deshabitada, obra que fue terminada por Nerón, y llamada por eso “Circo de Calígula y Nerón”. El gran edificio, con una pista de 300 metros, se extendía casi en el mismo sentido que la actual Basílica.
Ese circo alcanzó su apogeo el año 64, luego del famoso incendio de Roma.
Para librarse de las graves sospechan que recaían en él, Nerón culpó a los cristianos y ordenó una gran persecución en su contra.
Bajo tales circunstancias, san Pedro fue arrestado y crucificado en el Circo de Calígula y Nerón, de cabeza abajo por su propia voluntad. Descolgado de la cruz, fue enterrado en una tumba cercana, situada en una pequeña elevación.
Atraídos por la presencia de los restos mortales de tan ilustre mártir, los cristianos empezaron a construir tumbas en el lugar, formándose con el paso de los años una extensa necrópolis.
Una tradición multisecular por confirmar
Poco después del Edicto de Milán, que dio libertad a la Iglesia Católica en el 312, el emperador Constantino ordenó terraplenar la colina y enterrar toda la necrópolis, a fin de formar sobre ella una explanada donde edificar una basílica en honor de san Pedro.
Suprimir un cementerio todavía en uso era un asunto gravísimo para la época; solamente el emperador, como pontífice máximo, podía tomar semejante decisión. Y nivelar una colina con los precarios recursos de aquel tiempo, era una tarea nada fácil. Eso sirve para medir el inmenso aprecio que sentían los cristianos por ese lugar, que guardaba la tumba del primer Vicario de Cristo.
Una vez edificada, esa primera iglesia recibió el título de Basílica Constantiniana,
convirtiéndose en centro de veneración a la memoria de san Pedro. Sin embargo, poco tiempo más tarde la amenaza de las invasiones bárbaras llegó a la Ciudad Eterna. Los cristianos, temerosos de que los restos del Príncipe de los Apóstoles fueran profanados, los escondieron en una oquedad en la pared del sepulcro mismo. Durante el período de las grandes convulsiones que desestabilizaron por completo la vida social en el Imperio Romano de Occidente, fue perdiéndose poco a poco el recuerdo del lugar exacto de la tumba del Apóstol. Los siglos siguieron su curso y terminaron llevándose esa certeza indudable, dejando las brumas de una tradición esperando ser confirmada por documentos concretos.
Esa confirmación tardó casi 1500 años.
Reveladoras excavaciones
A mediados del siglo XV, la ya milenaria Basílica Constantiniana estaba reducida a un estado catastrófico, lo que en 1452 empujó al Papa Nicolás V a tomar las primeras medidas para edificar otra nueva. Los trabajos se arrastraron lentamente bajo los pontificados sucesivos hasta 1513, cuando Julio II decidió abandonar los proyectos anteriores para levantar un nuevo edificio, capaz de superar en tamaño y magnificencia a todas las demás iglesias.
Así comenzaron las excavaciones para echar los cimientos de la actual Basílica Vaticana. Otras excavaciones ocasionales se realizaron al siglo siguiente, especialmente en 1626, año de grandes trabajos bajo el Altar de la Confesión para establecer los fundamentos del baldaquín de Bernini.
En esa ocasión aparecieron algunos restos de la antigua necrópolis, y con ellos –por primera vez en muchos siglos– algunos indicios que confirmaban la tradición. Sin embargo, los deficientes recursos técnicos de esa época no permitieron una investigación más profunda, y el manto del olvido cayó otra vez sobre la necrópolis.
El gran hallazgo en el siglo XX
Investigaciones mucho más minuciosas se iniciaron en 1940 por determinación de Pío XII, y fueron continuadas por sus sucesores.
Las excavaciones realizadas entonces revelaron a la necrópolis vaticana como uno de los más insignes complejos monumentales de la Antigua Roma.
A siete metros de profundidad con relación al piso de la basílica, los arqueólogos descubrieron y estudiaron diversos mausoleos, pero el centro de sus investigaciones fue el llamado “campo P”, donde se presumía la ubicación de la sepultura de san Pedro.
La más antigua referencia escrita sobre esa tumba proviene de una carta de fines del siglo II, escrita por Gayo, docto eclesiástico romano que polemizaba con un hereje llamado Proclo.
En ese documento cita el “ ‘Trofeo' de Pedro en el Vaticano, un ‘monumento de victoria' ”. Con la palabra tropæum (trofeo) los antiguos romanos designaban el monumento erigido en el propio campo de batalla en recuerdo de la victoria. Gayo, pues, usa dicha expresión para denominar a la tumba del Apóstol, el “trofeo” construido en su honor en ese lugar.
Excavando precisamente bajo el Altar de la Confesión, los arqueólogos encontraron un monumento que correspondía a ese género de “trofeo”.
Está encajado en el mausoleo que hizo edificar Constantino, antes de la construcción de la propia Basílica. Muchos de los preciosos mármoles que lo componen estaban reservados al uso exclusivo del emperador.
Sin duda que era ésa la tumba de san Pedro, concluyeron los especialistas, y se apresuraron a abrirla; pero, para su estupor, la encontraron vacía.
Un puñado de huesos envueltos con un precioso tejido
Sin desalentarse, redoblaron la búsqueda.
Desde que los trabajos habían comenzado, llamaba mucho la atención de todos un muro repleto de toscas inscripciones multiseculares, que consignaban pedidos de oración y ayuda a san Pedro. El prolijo examen de cada centímetro de ese muro condujo al hallazgo de un espacio hueco. Los arqueólogos abrieron cuidadosamente un acceso y retiraron de la cavidad un puñado de huesos envueltos por un tejido precioso.
Según estudios realizados con seriedad, profundidad y prudencia, se trataba de los huesos de un mismo individuo: un hombre robusto, cuya edad oscilaba entre los 60 y 70 años. El tejido era de púrpura con entramado de oro, un diseño privativo del emperador y su familia.
Además, la tierra encontrada tanto en los huesos como en el tejido era la misma de la sepultura del “trofeo”.
Gran alegría para toda la cristiandad: ¡habían sido encontradas las reliquias de san Pedro!
“Fueron encontrados los sacrosantos restos mortales”
Una necrópolis, un suntuoso mausoleo, oraciones escritas en un muro, un puñado de huesos cubiertos por un tejido precioso: el meticuloso examen de esos pocos elementos llevó a la jubilosa conclusión que el Papa Paulo VI pudo comunicar finalmente al mundo entero, en un mensaje del día 26 de junio de 1968: “Fueron encontrados los sacrosantos restos mortales del Príncipe de los Apóstoles, del que fue elegido por el Señor como fundamento de su Iglesia, y a quien el Señor confió las sumas llaves de su Reino, con la misión de pastorear y reunir a su rebaño, la humanidad redimida, hasta su glorioso retorno final.”
Por orden del Sumo Pontífice, al día siguiente del gran hallazgo las venerables reliquias fueron devueltas a la cavidad del muro en donde habían permanecido casi 1600 años.