Leyenda del bandolero Zamarrilla y María Stma. de la Amargura
Cristóbal Ruiz, era un bandolero nacido en Igualeja al que conocían con el apodo de Zamarilla.
Capitaneaba una cuadrilla de salteadores y se le atribuían delitos de sangre, robos y secuestros. Sus andanzas a mediados del siglo XIX se circunscribían a la Serranía de Ronda, aunque también se extendieron a otras provincias limítrofres, a la Costa malagueña y a la propia capital.
Precisamente, durante su huida de la justicia en Málaga y tras una escaramuza, Zamarilla encontró una capilla y en ella a una Dolorosa trinitaria, escondiéndose bajo su manto.
Los guardias entraron en el oratorio, rebuscaron por todas partes y al rato salieron decepcionados sin comprender dónde se pudo meter el bandido.
Zamarrilla permaneció largo tiempo escondido hasta comprobar que sus perseguidores se había marchado sin descubrirlo.
Como hombre agradecido, a pesar de su tosquedad, quiso agradecer a la Virgen su ayuda y, como no llevaba nada de valor, cortó una rosa blanca y se la clavó con su puñal en el pecho de la imagen.
La flor quedó prendida en María, pero es entonces cuando Zamarrilla contempló entre el asombro y el miedo, como la rosa se iba tiñiendo lentamente de sangre.
Bordado que aparece en la gloria del palio en el trono de María Stma. de la Amargura.
Sobrecogido por lo que vio, tocó a la Señora pensando que se había tornado humana, descubriéndo que no era así, pero la flor, la rosa que instantes antes tenía el blancor de la nieve, continuaba sangrando hasta quedar convertida en una rosa roja y luminosa.
Zamarrilla arrepentido de su azarosa vida, ingresó para el resto de sus días en un convento muy cercano al lugar donde la Virgen de la Amargura recibía culto, y siempre en en el aniversario de su contrición, el antiguo bandolero, con el permiso del prior, bajaba por el antiguo camino de Antequera hasta el oratorio de la Señora para depositar a sus pies una rosa roja de las que él mismo cultivaba en su pequeño huerto.
María Stma. de la Amargura
Una tarde, ya casi anocheciendo, Zamarrilla iba caminando por la vereda del camino a cumplir su promesa cuando fue atacado por unos salteadores que, al no hallar en el fraile dinero ni objeto alguno de valor, le apuñalaron hasta darle muerte.
Alarmada al día siguiente la comunidad por la tardanza del fraile, salieron en su busca, hallando el cuerpo de Zamarrilla todo ensangrentado en medio del camino. Entre sus manos permanecía la rosa de su ofrenda que había cambiado su color rojo por un blanco resplandeciente.