El Santo Cristo de La Grita
El sonriente valle fue sacudido violentamente en 1810. La ciudad próspera, la "Atenas del Táchira", se vio derruída y bajo sus casas sepultados centenares de habitantes. Del antiguo centro de la ciudad, hoy Plaza Jáuregui, no quedó nada. Sus casas coloniales de bahareque se vinieron al suelo en su mayoría. De Norte a Sur se abrió una enorme grieta, que en muchos puntos, años más tarde, construyeron puentes para unir las calles.
Una vez pasada la confusión los padres misioneros se retiraron a una hermita en la Colina "Tadea" y allí vivieron por espacio de varios años. Cultivaron la tierra y ejercieron su ministerio sagrado. Uno de ellos, Fray Javier, además de sacerdote, era agricultor, poeta y artista. Tenía gran entusiasmo y vitalidad. Después del terremoto se le veía en todas partes: ayudando a los heridos, socorriendo a los damnificados, administrando los sacramentos, hablando y dando consuelo a los afligidos, enterrando a los muertos. Su figura amable y bondadosa era parte de la ciudad.
Desde el terremoto pensó en tallar una figura de Cristo que fuera el guardián de la ciudad y la protegiera de todos los males. Varios días estuvo madurando su idea. Trazando esquemas imaginarios antes de comenzar la obra. Una vez que la tuvo concebida empezó el trabajo. Había pensado en un Cristo doliente, humano, de cara alegre a pesar del sufrimiento. Sus conocimientos de anatomía humana le sirvieron para ir tallando parte por parte todo el cuerpo. Los músculos, las venas, las heridas, fueron surgiendo con gran realismo hasta llegar al rostro. Tuvo gran dificultad para tallar el rostro. Primero le salió muy triste y él, a pesar de que debía reflejar dolor, no lo quería así. Lo talló de nuevo, le salió muy feo, no inspiraba devoción. Lo intentó de nuevo, pero tampoco pudo realizarlo como él quería. Al fin desesperado dejó el trabajo inconcluso.
Fray Javier paseaba con preocupación por el huerto con las manos atrás. Sus pasos eran nerviosos, el rostro se veía surcado por arrugas. Los hermanos franciscanos lo miraban y se daban cuenta de su inquietud, pero no decían nada, sabían que de un momento a otro le surgiría la inspiración y realizaría la obra.
Tenía muchos días que dormía mal. Soñaba con un bello Cristo que estaría en la nueva iglesia protegiendo a La Grita y a sus habitantes. Pero, el Cristo permanecía inconcluso en el estudio. Sólo eran sueños...
Una noche escucho un concierto de cuerdas, era una bella sinfonía interpretada por manos magistrales. Creyó que estaba soñando y dio media vuelta para acomodarse mejor en la cama. Se dijo: "No estoy soñando, estoy despierto, pero ¿de dónde viene esa música celestial? Fray Luis toca bien el violín, pero son muchos instrumentos: violines, arpas, bajos, contrabajos y guitarras. ¿Dónde cabe tanta gente?".
Después de muchas cavilaciones. Fray Javier decidió averiguar la procedencia de tan inefable música. Se vistió y salió muy despacio de su celda. Orientado por la música llegó a su estudio. Escuchó un golpeteo rítmico, como si trabajaran con el formón y la gubia. Cada vez los golpes se hacían más claros. No cabía duda, alguien estaba trabajando. Se detuvo antes de llegar a la puerta.
De la habitación salía una suave luz blanco-azulada. Contuvo la respiración. El corazón parecía saltarle en el pecho, sus movimientos eran muy acelerados. Unos pasos más..., estaba en el umbral. Lo que vio le impresionó sobremanera a la vez que una dulcísima sensación lo invadió. Sin atreverse a entrar en el recinto miró su Cristo. Un joven de cabellos largos, de facciones hermosísimas y de túnica celeste, estaba dándole forma al rostro. No quiso interrumpir y muy despacio se retiró a su aposento.
Fray Javier se levantó con el alba y pensó en el Cristo. En ese momento no sabía distinguir si había tenido un sueño o si era realidad. Impulsivamente se dirigió a su taller y allí contempló extasiado la obra del ángel: un rostro hermosísimo entre alegre y triste. Era tal como él se lo había imaginado. Se postró de rodillas y oró largo rato.
Los misioneros y la feligresía lo felicitaron por la obra. El contaba lo del ángel y nadie lo creyó, le decían que había soñado. Poco tiempo después al terminarse los trabajos en la iglesia, en el centro de La Grita, se instaló el Santo Cristo, que desde entonces es el guardián de la ciudad. A este Cristo milagroso acude gente de todas partes a postrarse a sus pies. La imagen es querida y venerada por los gritenses, que todos los años, el 6 de agosto, celebran con gran pompa y entusiasmo sus fiestas patronales.