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Padre Pio: Las Estigmas de Cristo


Primera aparición de los estigmas
Durante su primer año de ministerio sacerdotal, en 1910, el Padre Pío manifiesta los primeros síntomas de los estigmas. En una carta que escribe a su director espiritual los describe así: “En medio de las manos apareció una mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor. También debajo de los pies siento dolor”. Estos dolores en la manos y los pies del Padre Pío, son los primeros recuentos de las estigmas que fueron invisibles hasta el año 1918.

Una vez el dolor que el Padre Pío experimentó fue tan agudo, que se sacudió las manos, las cuales sentía que se le quemaban, a lo que su madre le preguntó: “Que es eso?, es que ahora también tocas la guitarra?”. El Padre se limitó a no responder. Este tiempo en su pueblo natal fue un período de grandes combates espirituales con el demonio, pero también de grandes consuelos a través de éxtasis y fenómenos místicos, tanto interiores como exteriores, espirituales y físicos. El demonio solía aparecérsele de distintas maneras. Algunas veces lo hacía en la apariencia de animales, de mujeres bailando danzas impuras, de carceleros que lo azotaban e incluso bajo la apariencia de Cristo Crucificado, de su Ángel de la Guarda, San Francisco de Asís, la Virgen María, también bajo la apariencia de su director espiritual, su provincial, etc. pero después de estos asaltos del demonio, era consolado con éxtasis y apariciones de Jesús, la Santísima Virgen María, su Ángel Guardián, San Francisco y otros santos.

El día 12 de agosto de 1912 experimentó por primera vez la “llaga del amor”. El Padre Pío le escribió a su director espiritual explicándole lo sucedido: “Estaba en la Iglesia haciendo mi acción de gracias después de la Santa Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego hirviendo en llamas y yo pensé que me iba a morir”.

Por siete años, Padre Pío permanece fuera del Convento, en Pietrelcina. Naturalmente, esta vida estaba en contraste con la regla franciscana y algunos hermanos frailes se quejaron de esto. Fue entonces cuando el Superior General de la Orden pidió a la Sagrada Congregación de los Religiosos la exclaustración del P. Pío. Fue un golpe muy duro para él y en un éxtasis se quejó con San Francisco de Asís. La Congregación de los Religiosos no escuchó la solicitud del Superior General y concedió que el Padre Pío siguiera viviendo fuera del convento, hasta que estuviera completamente restablecida su salud.

Transverberación del corazón
La transverberación es una gracia extraordinaria que algunos santos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz han recibido. El corazón de la persona escogida por Dios es traspasado por una flecha misteriosa o experimentado como un dardo que al penetrar deja tras de sí una herida de amor que quema mientras el alma es elevada a los niveles más altos de la contemplación del amor y del dolor.

El Padre Pío recibió esta gracia extraordinaria el 5 de agosto de 1918. En gran simplicidad, el Padre le narró a su director espiritual lo sucedido: “Yo estaba escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del 5 de agosto cuando, de repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi mente a un visitante celestial que se apareció frente a mí. En su mano llevaba algo que parecía como una lanza larga de hierro, con una punta muy aguda. Parecía que salía fuego de la punta.

Vi a la persona hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude quejarme y sentí como que me moría. Le dije al muchacho que saliera del confesionario, porque me sentía muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto. Desde ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía.”

Las estigmas de Cristo
Sin duda alguna lo que ha hecho famoso al Padre Pío es el fenómeno de los estigmas: las cinco llagas de Cristo crucificado que llevó en su cuerpo visiblemente durante 50 años. Un poco más de un mes después de haber recibido el traspaso del corazón, el Padre Pío recibe las señas, ahora visibles, de la Pasión de Cristo.

El Padre describe este fenómeno y gracia espiritual a su director por obediencia: “Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa y sentí poco a poco que me elevaba a una oración siempre más suave, de pronto una gran luz me deslumbró y se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado.Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”.

Los estigmas del Padre Pío eran heridas profundas en el centro de las manos, de los pies y el costado izquierdo. Tenía manos y pies literalmente traspasados y le salía sangre viva de ambos lados, haciendo del Padre Pío el primer sacerdote estigmatizado en la historia de la Iglesia (San Francisco Asís no era sacerdote).

El provincial de los Capuchinos de Foggia invitó al Profesor Romanelli, médico y director de un prestigioso hospital, para que estudiara el caso y diera su parecer. El Doctor Romanelli no tuvo la menor duda del carácter sobrenatural del fenómeno. Poco después la Curia Generalicia de los Capuchinos en Roma envió a San Gionanni Rotondo a otro especialista, el profesor Jorge Festa. Sus conclusiones fueron que “los estigmas del Padre Pío tenían un origen que los conocimientos científicos estaban muy lejos de explicar. La razón de su existencia está mas allá de la ciencia humana”.

La noticia de que el Padre Pío tenía los estigmas se extendió rápidamente. Muy pronto miles de personas acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besarle sus manos, confesarse con él y asistir a sus Misas.

La palabra ESTIGMA viene del griego y significa “marca” o “señal en el cuerpo”, y era el resultado del sello de un hierro candente con el cual marcaban a los esclavos. En sentido médico, estigma quiere decir una mancha enrojecida sobre la piel, que es causada porque la sangre sale de los vasos por una fuerte influencia nerviosa, pero nunca llega a ser perforación. En cambio los estigmas que han tenido los místicos son lesiones reales de la piel y de los tejidos, llagas verdaderas como, en este caso, las han descrito los doctores Romanelli y Festa.


La Santa Sede interviene en las investigaciones
Después de minuciosas investigaciones, la Santa Sede quiso intervenir directamente. En aquel entonces era una gran celebridad en materia de psicología experimental, el Padre Agustín Gimelli, franciscano, doctor en medicina, fundador de la Universidad Católica de Milán y gran amigo del Papa Pío XI.

El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío, pero como no llevaba permiso escrito para examinar sus llagas, este rehúso a mostrárselas. El Padre Gimelli se fue de San Giovanni con la idea de que los estigmas eran falsos, de naturaleza neurótica y publicó su pensamiento en un artículo publicado en una revista muy popular. El Santo Oficio se valió de la opinión de este gran psicólogo e hizo público un decreto el cual declaraba la poca constancia en la sobrenaturalidad de los hechos.


Primera gran prueba. Diez años de aislamiento
En los años siguientes hubo otros tres decretos y el último fue condenatorio, prohibiendo las visitas al Padre Pío o mantener alguna relación con él, incluso epistolar. Como consecuencia, el Padre Pío pasó 10 años -de 1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior, entre la paredes de su celda. Durante estos años no solo sufría los dolores de la Pasión del Señor en su cuerpo, también sentía en su alma el dolor del aislamiento y el peso de la sospecha. Su humildad, obediencia y caridad no se desmintieron nunca.

l Sacrificio de la Misa
El Padre Pío se levantaba todas la mañanas a las tres y media y rezaba el oficio de las lecturas. Fue un sacerdote orante y amante de la oración. Solía repetir: “La oración es el pan y la vida del alma; es el respiro del corazón, no quiero ser más que esto, un fraile que ama”. Celebraba la Santa Misa en las mañanas acompañado de dos religiosos. Todos querían verlo y hasta tocarlo, pero su presencia inspiraba tanto respeto que nadie se atrevía a moverse en lo más mínimo. La Misa duraba casi dos horas y todos los presentes se sumergían de forma particular en el misterio del sacrificio de Cristo, multitudes se volcaban apretadas alrededor del altar deteniendo la respiración.

Aunque no existe diferencia esencial en la celebración de la Santa Misa de cualquier otro sacerdote, porque el sacerdote y la víctima es siempre Cristo, con el Padre Pío la imagen del Salvador -traspasado en sus manos, pies y costado- era más transparente.

El Padre Pío vive la Santa Misa, sufriendo los dolores del Crucificado y dando profundo sentido a las oraciones litúrgicas de la Iglesia. En los anales de la Iglesia, Padre Pío es el primer sacerdote estigmatizado; el fue esencialmente sacerdote, y su santidad fue esencialmente sacerdotal.

Toda su vida giraba alrededor de esta realidad en la cual prestaba su boca a Cristo, sus manos y sus ojos. Cuando decía: "Esto es mi Cuerpo...Esta es mi Sangre", su rostro se transfiguraba. Olas de emoción lo sacudían, todo su cuerpo se proyectaba en una muda imploración. “La Misa”, dijo una vez a un hijo espiritual, “es Cristo en al Cruz, con María y Juan a los pies de la misma y los ángeles en adoración. Lloremos de amor y adoración en esta contemplación”. Mientras el Padre celebraba el Santo Sacrificio, el tiempo parecía detenerse.

Una vez se le preguntó al Padre cómo podía pasar tanto tiempo de pie en sus llagas durante toda la Santa Misa, a lo que él respondió: “Hija mía, durante la Misa no estoy de pie: estoy suspendido con Jesús en la cruz”.

El Padre amaba a Jesús con tanta fuerza, que experimentaba en su propio cuerpo una verdadera hambre y sed de Él. “Tengo tal hambre y sed antes de recibir a Jesús, que falta poco para que muera de la angustia. Y precisamente, porque no puedo estar sin unirme a Jesús, muchas veces, aun con fiebre, me veo obligado a ir a alimentarme de su cuerpo”... “El mundo, solía decir el Padre Pío, puede subsistir sin el sol, pero nunca sin la Misa”.

En una ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen María estaba presente durante la Santa Misa, a lo cual él respondió: “Sí, ella se pone a un lado, pero yo la puedo ver, qué alegría. Ella está siempre presente. ¿Como podría ser que la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie de la cruz, que ofreció a su Hijo como víctima por la salvación de nuestras almas, no esté presente en el calvario místico del altar?”.


Mártir del Sacramento de la Misericordia
Quien participara en la celebración Eucarística del Padre Pío no podía quedar tranquilo en su pecado. Después de la Santa Misa, el Padre Pío se sentaba en el confesionario por largas horas, dándole preferencia a los hombres, pues él decía que eran los que más necesitaban de la confesión. Al ser tantos los que acudían a la confesión, fue necesario establecer un orden, y confesarse con el Padre Pío podía tomarse fácilmente tres o cuatro días de espera.

Son muchos los impresionantes testimonios y las emotivas conversiones generadas a través de las Confesiones con el Padre Pío. Severo con los curiosos, hipócritas y mentirosos, y amoroso y compasivo con los verdaderamente arrepentidos. Uno de los dones que más impresionaba a la gente era que podía leer los corazones. Una vez se le preguntó al Padre por qué echaba a los penitentes del confesionario sin darles la absolución, a lo que él respondió: “Los echo, pero los acompaño con la oración y el sufrimiento, y regresarán”. El enojo era solamente superficial.

A un hermano le explicó una vez: “Hijo mío, sólo en lo exterior he asumido una forma distinta. Lo interior no se ha movido para nada. Si no lo hago así, no se convierten a Dios. Es mejor ser reprochado por un hombre en este mundo, que ser reprochado por Dios en el otro”. Un ejemplo de ello sucedió un día en que el Padre se encontró con un joven que lloraba sin importarle el gentío que lo rodeaba.

El Padre se le acercó y le preguntó el porqué de su llanto. El muchacho respondió que “lloraba, porque no le había dado la absolución”. Padre Pío lo consoló con ternura diciendo: “Hijo, ves, la absolución no es que te la he negado para mandarte al infierno sino al Paraíso”.


El apostolado de la alegría
El Padre Pío era un hombre muy duro contra todo tipo de pecado, pero tierno, jovial y amante de la vida. Era un conversador brillante, con la astucia para mantener en suspenso a sus oyentes. Le gustaban mucho los chistes, y en su repertorio, no faltaban los que se referían a los soldados, políticos y religiosos. De la boca del Padre Pío, el chiste y la anécdota no eran solo sano humorismo y simple distracción, sino también una especie de apostolado: el apostolado de la alegría y el buen humor.

Una tarde calurosa, en que paseaba, como frecuentaba hacer con sus hermanos e hijos espirituales, les contó esta anécdota: “Una vez entró de monje un joven juglar que no conseguía cantar los salmos ni rezar las oraciones con los hermanos, pero en cuanto el coro quedaba vacío, se acercaba a la estatua de la Santísima Virgen y le hacía piruetas para congraciarse con ella y con el Niño Jesús. Una vez lo vio el fraile sacristán y avisó al Abad. Este después de haberlo observado un rato, se maravilló de ver que la estatua de la Virgen tomó vida. María sonreía y el Niño Jesús aplaudía con sus manitas. Cada uno de nosotros, decía el Padre, hace de bufón en el puesto que Dios le ha asignado. El fraile más ignorante, ofrecía a la Reina del Cielo lo único que sabía hacer, y Ella lo aceptaba con gusto”.


Auxilio seguro
A muchos que acudían a él para pedir su intercesión en momentos de necesidad, el Padre no faltaba en darles una mano con su oración. En una ocasión contaba un monseñor que a un campesino conocido de él, al cual le vino un fuerte y repentino dolor de muelas una noche, en su desesperación por sentirse que el Padre no había escuchado su súplica de intercesión, tomó un zapato y lo arrojó contra el cuadrito en el que estaba la foto del Padre. Pasado el tiempo y habiendo olvidado el gesto irreverente, fue a confesarse con el Padre, el cual le replicó en el confesionario: “Y todavía tienes el coraje, después del zapatazo que me distes en la cara...”.
Sanación milagrosa

Una de las sanaciones más conocidas del Padre Pío fue la de una niña llamada Gema, que había nacido sin pupilas en los ojos. La abuelita de ésta la llevó a San Giovanni Rotondo con la esperanza de que el Señor obrara un milagro a través de la intercesión del Padre. El Padre la bendijo e hizo la señal de la cruz sobre sus ojos. La niña recuperó la vista, aunque el milagro no terminó allí. Gema vio desde ese momento, sin nunca tener pupilas. Ya de adulta, Gema entró en la Vida Religiosa.


El Padre y los niños
El Padre tenía también un gran amor por los niños. Cuando se le pedía la intercesión por el nacimiento de algún bebé que viniese con problemas, o por algún niño que estuviese enfermo, intercedía hasta conseguir la gracia. Un canciller a cuya esposa se le aproximaba el parto que se presentaba lleno de dificultades, fue a consultar con el Padre y a pedir sus oraciones. “Vete tranquilo, le dijo el Padre, y nada de operaciones”. En el momento del parto la situación se complicó y los médicos le dijeron que si no operaban enseguida temían por la vida, tanto de la madre como del bebé. El canciller desesperado se fue al cuarto que estaba al lado donde había una fotografía del Padre Pío en la pared y delante de ella comenzó a insultarlo y a decirle palabrotas. No había terminado de desahogarse cuando escuchó el llanto de un bebé. Salió corriendo hacia el cuarto de su esposa y encontró un hermoso varoncito nacido “sin operaciones”, para sorpresa de los médicos.

Después de algunos días, el canciller fue a San Giovanni a confesarse y a darle las gracias al Padre, el cual le respondió: “Está bien, pero todas las palabrotas y los insultos que dijiste delante de mi fotografía, no tienes que decirlos más”. En otra ocasión, un niño de San Giovanni Rotondo que estaba gravemente enfermo y el cual se esperaba que podía morir en cualquier momento, se echó a reír y recuperó la salud de forma casi instantánea. La madre le preguntó que qué sentía y el niño le respondió: “Mamá, Padre Pío me hizo cosquillas en el pie”. El Padre le había hecho cosquillas en el pie y se sanó.


Hijos espirituales
El Padre Pío tenía entre aquellos que se lo solicitaban, un grupo de hijos espirituales a quienes prometía asistir con sus oraciones y cuidados a cambio de llevar una vida fervorosa de oración, virtud y obras de caridad. Entre este grupo de devotos hay un sinnúmero de anécdotas en las que el cuidado real y oportuno del Padre se manifestó de forma extraordinaria. Entre estas anécdotas está la de un joven cuya madre lo llevaba a donde el Padre desde que este era muy pequeño y un día, saliendo del convento para tomar el autobús de regreso a casa, un coche lo atropelló por la espalda haciendolo volar por los aires. Mientras este volaba sobre el coche, viendo la imagen de la Virgencita del convento al revés, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Solo logró gritar: “Virgencita mía, ayúdame”. Lo llevaron de inmediato al hospital y todos los exámenes mostraban que todo estaba en orden, aunque no se explicaban de dónde provenía la sangre que había en su camisa. En cuanto este pudo salió corriendo hacia el convento para darle las gracias al Padre que estaba rezando en el coro. “No me des las gracias a mí, le respondió el Padre, dáselas a la Virgen, fue Ella”. Después de mirarlo con los ojos llenos de amor y con una gran sonrisa en los labios, le dijo: “Hijo mío, no te puedo dejar solo ni un minuto...”


Llamado a la Co-redención
La vida del Padre Pío está tan llena de acontecimientos extraordinarios que es necesario buscar las causas de ellos en su vida íntima. Quien es llamado a servir en la misión redentora de Jesucristo tiene que sufrir mucho moral y físicamente. Estos sufrimientos lo purifican y encienden cada vez más del amor de Dios. En una carta escrita por el Padre en 1913 decía: “El Señor me hace ver como en un espejo, que toda mi vida será un martirio”. Desde que ingresó a la vida religiosa hasta que recibió los estigmas, la vida del Padre Pío fue un vía crucis. En 1912 escribe: “Sufro, sufro mucho pero no deseo para nada que mi cruz sea aliviada, porque sufrir con Jesús es muy agradable”. A una hija espiritual le dijo un día: “El sufrimiento es mi pan de cada día. Sufro cuando no sufro. Las cruces son las joyas del Esposo, y de ellas soy celoso. ¡Ay de aquel que quiera meterse entre las cruces y yo!”.


Su proyecto más grande en la tierra
La tarde del 9 de enero de 1940, el Padre Pío reunió a tres de sus grandes amigos espirituales y les propuso un proyecto al cual él mismo se refirió como “su obra más grande aquí en la tierra”: la fundación de un hospital que habría de llamarse “Casa Alivio del Sufrimiento”. El Padre sacó una moneda de oro de su bolsillo que había recibido en una ocasión como regalo y dijo: “Esta es la primera piedra”. El 5 de mayo de 1956 se inauguró el hospital con la bendición del cardenal Lercaro y un inspirado discurso del Papa Pío XII. La finalidad del hospital es curar al enfermo tanto espiritual como físicamente: la fe y la ciencia, la mística y la medicina, todos de acuerdo para auxiliar la persona entera del enfermo: cuerpo y alma.


Grupos de Oración
“Lo que le falta a la humanidad, repetía con frecuencia, es la oración”. A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el mismo Padre funda los “Grupos de Oración del Padre Pío”. Los Grupos se multiplicaron por toda Italia y el mundo. A la muerte del Padre los Grupos eran 726 y contaban con 68.000 miembros, y en marzo de 1976 pasaban de 1.400 grupos con más de 150.000 miembros. “Yo invito a las almas a orar y esto ciertamente fastidia a Satanás. Siempre recomiendo a los Grupos la vida cristiana, las buenas obras y, especialmente, la obediencia a la Santa Iglesia”.


Segunda prueba y persecución
La envidia humana se echó encima de la obra del Padre Pío. Desde 1959, periódicos y semanarios empezaron a publicar artículos y reportajes mezquinos y calumniosos contra la “Casa Alivio del Sufrimiento”. Para quitar al Padre los donativos que le llegaban de todas partes del mundo para el sostenimiento de la Casa, sus enemigos planearon una serie de documentaciones falsas y hasta llegaron, sacrílegamente, a colocar micrófonos en su confesionario para sorprenderlo en error.

Algunas oficinas de la Curia Romana condujeron investigaciones, le quitaron la administración de la Casa Alivio del Sufrimiento y sus Grupos de Oración fueron dejados en el abandono. A los fieles se les recomendó no asistir a sus Misas ni confesarse con él. El Padre Pío sufrió mucho a causa de esta última persecución que duró hasta su muerte, pero su fidelidad y amor intenso hacia la Santa Madre Iglesia fue firme y constante. En medio del dolor que este sufrimiento le causaba, solía decir: “Dulce es la mano de la Iglesia también cuando golpea, porque es la mano de una madre”.


50 años de dolor y sangre
El viernes 20 de septiembre de 1968, el Padre Pío cumplía 50 años de haber recibido los estigmas del Señor. Fue grande la celebración en San Giovanni. El Padre Pío celebró la Misa a la hora acostumbrada. Alrededor del altar había 50 grandes macetas con rosas rojas para sus 50 años de sangre... De la misma manera milagrosa como los estigmas habían aparecido en su cuerpo 50 años antes, ahora, 50 años más tarde y unos días antes de su muerte, habían desaparecido sin dejar rastro alguno de cinco décadas de dolor y sangre, con lo cual el Señor ha confirmado su origen místico y sobrenatural.


El paso a la vida eterna
Tres días después, murmurando por largas horas “¡Jesús, María!”, muere el Padre Pío, el 23 de septiembre de 1968. Los que estaban presentes quedaron largo tiempo en silencio y en oración. Después estalló un largo e irrefrenable llanto. Los funerales del Padre Pío fueron impresionantes. Se tuvo que esperar cuatro días para que las multitudes pasaran a despedirlo. Se calcula que más de 100 mil personas participaron del entierro.


Una promesa de amor
Un día se le preguntó al Padre: “¿Jesús le mostró los lugares de sus hijos espirituales en el paraíso?”. “Claro, un lugar para todos los hijos que Dios me confiará hasta el fin del mundo, si son constantes en el camino que lleva al cielo. Es la promesa que Dios hizo a este miserable”. “Y en el paraíso, ¿estaremos cerca de usted?”. “Ah tontita, ¿y qué paraíso sería para mí si no tuviera cerca de mí a todos mis hijos?”. “Pero yo le tengo miedo a la muerte”. “El amor excluye el temor. La llamamos muerte, pero en realidad es el inicio de la verdadera vida. Y luego, si yo les asisto durante la vida, ¡cuánto más los ayudaré en la batalla decisiva!”.


Proceso de la Causa del Padre Pío
Muchas han sido las sanaciones y conversiones concedidas por la intercesión del Padre Pío e innumerables milagros han sido reportados a la Santa Sede.
Los preliminares de su Causa se iniciaron en noviembre de 1969. El 18 de diciembre de 1997, Su Santidad Juan Pablo II lo pronunció venerable. Este paso, aunque no tan ceremonioso como la beatificación, es ciertamente la parte más importante del proceso. El venerable Padre Pío fue beatificado el 2 de mayo de 1999. Tan grande fue la multitud en la Misa de beatificación, que desbordaron la Plaza de San Pedro y toda la Avenida de la Conciliación hasta el río Tiber sin ser estos lugares suficiente. Millones además lo contemplaron por la televisión en el mundo entero.


Un gran Santo para la Iglesia de hoy
El día 16 de junio del 2002, su Santidad Juan Pablo II canonizará al Beato Padre Pío, quien desde ese momento pasará a ser el primer sacerdote canonizado que ha recibido los estigmas de nuestro Señor Jesucristo.



Según palabras del Padre Pío:

“Después de celebrar Misa, fui sorprendido por un descanso parecido a un dulce sueño. Mis sentidos internos y externos se encontraban en una quietud indescriptible. Entonces vi frente a mí a un misterioso personaje, cuyas manos, pies y costado manaban sangre. Su vista me aterrorizó, pensé que me moría, y habría muerto si el Señor no hubiese intervenido para sostener mi corazón que parecía salírseme del pecho. La visión del personaje se retiró, y yo me di cuenta que mis manos, pies y costado estaban perforados y manaban sangre”.

Los fieles, que se encontraban en ese momento en la iglesia, comprendieron lo que había ocurrido. La noticia se propagó bien pronto, los caminos se llenaron de peregrinos y todo el mundo repetía que el Padre Pío era un santo. La policía tuvo que intervenir para poner orden en el tránsito de las multitudes que llegaban de todas las provincias. El Padre Provincial de los Capuchinos del Monasterio de Santa Ana de Foggia, luego de haber hecho fotografiar las manos, los pies y costado del Padre Pío, envió todos esos documentos al Vaticano para su estudio. Pidió al Dr. Luis Romanelli que practicara un examen médico detallado al nuevo estigmatizado, examen que repitió cinco veces en dos años. He aquí los puntos más importantes de su estudio:

"Las lesiones del Padre Pío están recubiertas por una fina membrana de color rojizo. No hay en ellas ni grietas ni hinchazón, como tampoco reacciones inflamatorias en los tejidos. La herida del costado es un tajo limpio, paralelo en sus bordes, de siete u ocho centímetros de longitud, cuya profundidad no se puede medir y que sangra en abundancia. La sangre tiene las características de la sangre arterial, y los bordes de la llaga prueban que ésta no es superficial. He examinado al Padre Pío en el espacio de quince meses, y aunque alguna vez he comprobado ciertas modificaciones en las lesiones, jamás he podido clasificarlas en ningún orden clínico conocido".

Otro informe de un serio catedrático luego concluyó: "Toda lesión bien cuidada debe curar, y mal cuidada se agrava. ¿Es posible explicar científicamente como estas lesiones que no son tratadas como corresponde, sobre todo las de las manos, que se lavan con agua común y están siempre en contacto con guantes de lana y con pañuelos y fregadas con jabón de la peor clase, no se infectan ni tienen complicaciones y tampoco se curan?".

Las heridas de las manos sangran ligeramente y casi de contínuo. Durante el día, el Padre Pío lleva guantes de lana marrón, de tal modo que las manchas de sangre no se ven, y la lana absorbe la humedad. También la herida del costado sangra continuamente. Él coloca sobre ésta un lienzo que sostiene por medio de una banda ancha enrollada en su torso. Los vecinos del monasterio le proporcionan la tela necesaria

Las manos del Padre Pío, que los fieles pueden ver cuando dice misa, están ensangrentadas. Lavadas con agua, los estigmas aparecen como llagas circulares de unos dos centímetros de diámetro, en el centro de la palma. Por otra parte, se ven exactamente igual en el dorso de las manos, de tal modo que se diría que están traspasadas de parte a parte y son transparentes en su centro. En consecuencia, el Padre no puede nunca cerrar las manos por completo, y escribe con dificultad. No es posible comprobar la profundidad de las heridas a causa de la película que las recubre. Esta película se desprende con frecuencia y se le forma otra. El Padre Pío trata de disimular sus estigmas, mientras que sus superiores le tienen prohibido mostrar sus manos a nadie. Hasta cuando dice misa se empeña en cubrirlas con largas mangas. El estigma de su costado izquierdo es el más extraño de todos, pues sangra en abundancia por más que la llaga parezca más superficial que las otras. De ella brota una taza de sangre por día.

La duración de los estigmas del Padre Pío fue la más prolongada que se conoce en la larga lista de los santos estigmatizados. Se extendió desde el 20 de septiembre de 1918 hasta su muerte acontecida en 1968.

¿Qué características tenían estos estigmas?

El Dr. Festa, que había perdido el olfato tuvo la nítida sensación que de aquellas manifestaciones emanaban un perfume de rosas. En la figura del padre Pío, los estigmas tenían una particular disposición. Otra característica era que otras lesiones que se le producían tenían una normal cicatrización. El padre Pío fue sometido a una intervención quirúrgica en una oportunidad y la cicatrización de ésta procedió en tiempo absolutamente normal.

¿Qué connotación le han dado los estigmas al padre Pío?

Desde el punto de vista teológico los estigmas no se consideran como un evento milagroso. No son las manifestaciones estigmáticas lo que le ha dado la connotación de santidad al padre Pío. Estos le han dado un significado particular, ya que representan el sufrimiento que el Señor le había predestinado para él.

¿Cuál era su reacción frente a estos estigmas?

El padre Pío es particular en su mística cristiana, porque enseñó mucho. La grandeza de este hombre está también en una total obediencia a aquello que era el dictamen de la Iglesia. Por lo tanto, él se adosó esta cruz sin jamás lamentarse. Pero, él pedía algunas veces al Señor que alejara de sí estas manifestaciones que él define como una suerte de vergüenza para sí. Porque él no amaba manifestar estas lesiones estigmáticas. Era posible verlas en el momento de la celebración, pues él en ese instante se quitaba los guantes y la gente podía observar nítidamente los estigmas de las manos.

¿Qué sucedió con los estigmas del padre Pío al momento de su muerte?
Los estigmas desaparecieron sin dejar señal de cicatriz, ni alteración del cutis.

   
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